Por: Ramon Felipe Nunez
No hago este relato impulsado por mi innata curiosidad por saber porque Baitoa ha perdido el sitial que siempre tuvo en la enseñanza y hoy no es sino un recuerdo de ese brillante pasado educativo de alta calidad. Ello será tema para otra ocasión, aunque la anécdota nos da una idea de como se manejaba la educación hace ya unos 100 años.
La obra "Historia de la Educación en Santiago (1844-1961)" de Rafael Darío Herrera en sus 144 páginas no hace mención de Baitoa en el sistema educativo de Santiago. Aunque si sacamos la conclución que para la época de nuestra narración, que situamos a principios de los años veinte del siglo pasado, el salario de un maestro era de RD$10.00 pesos. Poco comparado con los RD$50.00 que recibía un maestro normalista de Santiago, pero bastante si lo comparamos con los salarios que recibía un trabajador del campo que era de unos 20 centavos diarios, o cerca de RD$8.00 al mes.
Según me confirma Jose Miguel Núñez, tomando como referencia a Malila Pérez, el primer maestro que tuvo Baitoa lo fue un señor de nombre Dámaso que murió por el año 1915 siendo la primera persona enterrada en el cementerio de Baitoa cuando se inauguró para ese año.
El hecho inconrovertible es que ya para 1904 Gabriel Franco era profesor y una autoridad moral en Baitoa. Lo digo porque fue él el encargado de recibir al nuevo cura párroco de la comunidad, mi abuelo José Ramón Román, y no pudo ser después de ese año cuando llegó a Baitoa el sacerdote mencionado, porque mi tía Josefina Pérez, primera de sus hijas con mi abuela nació el año siguiente.
Y para tener una idea de como marchaban las cosas en nuestro lar chico debo recordar que a inicios de los primeros años del siglo el comerciante más próspero de Baitoa lo era Jesus María Pérez, pues no había mejor punto comercial que en el Poblado donde él tenía su centro de despacho. En una ocasión llega un señor de Santiago y ante un apremio fisilógica se dirige a Jesús María y le dice: "señor tiene usted una letrina disponible". Y la respuesta del comerciante no se hizo esperar: "No, señor, no la tenemos ahora, pero ya la pedí donde Tavárez". Tavarez era el principal comerciante que suplía a Baitoa de mercancias. La palabra letrina, como se comprenderá de lo narrado, era desconocida en la comunidad para entonces.
El caso es que Gabriél Franco después de largos años de docencia no la impartía de forma regular para principios de los años 20, aunque supervisaba las tareas. Y tenía gran libertad para hacer tal cosa, pues la profesora entonces lo era su hija Agripina, tía Titina. La tarea educativa era complementada para esa fecha, en la Lima, por la señorita Nina Genao, que, sea dicho de paso, hizo una labor muy meritoria hasta que de manera abrupta fue trasladada en 1927.
Tenía la escuela de Baitoa, entre otros, dos alumnos que descollaban sobre los demás, Nicanor Fernández, hijo de José María Fernández, y Neftalí Núñez, hijo de Abraham Núñez, pero ambos no eran nada locuaces, sino cuando provocados. Me narra mi abuela que una vez ante el descuidó en el pelo de Nicanor le espetó:
"Vamos de aquí,
vamonos bien lejos,
vamonos a pelar,
que no somos ovejos".
No le tomó mucho tiempo para que Nicanor respondiese:
"Vamonos de aquí,
vamonos a la Habana,
vamonos a pelar
a casa e tu mama".
No todos los alumnos eran brillantes como los antes mencionados. La seño Titina tenía también un alumno que según me dijeron tenía de apodo Bubulo, el cual era muy locuaz, tanto que no podía dejar pasar una conversación sin dejar de emitir opinión aún sin saber nada del tema tratado. Ya tendremos ocasión de conocerle mejor.
Con nuestra eterna profesora, Africa Núñez, estuve, en una ocasión, hablando sobre los métodos educativos de entonces. Me decía ella que si bien para los 30s se estableció el nuevo método chileno, fue siempre esencial el control por parte de de inspectores escolares. Señores estos que tenían, por lo que conozco, amplios conocimientos y elevados niveles culturales. Sus visitas si que eran sorpresivas para profesores y alumnos. Lo anterior sin ánimos de hacer comparación con el teatro que se instauró recientemente en nuestro país.
Pues el caso es que la profesora Agustina tuvo una tal visita de supervisión.
Luego de los saludos e inspección rutinaria, procediese el inspector a lanzar preguntas a los alumnos.
La primera pregunta, me imagino que para ver el nivel de la aritmética: "Si tienes cinco mangos y le das tres mangos a tu hermanita, cuando mangos tienes para comerte". ¿Quién creen ustedes que contesto ?, pues el Bubulo, que hemos mencionado anteriormente. Su respuesta alteró el ánimo de la profesora: "Si soy yo me jondeo los cinco mangos, poique a la jambrienta de mi hermana no le doy ná"
Siguió preguntado el inspector y en el mismo estilo respondía Bubulo. La seño Titina no se pudo contener y a la espaldas del inspector levanta el puño amenazador pretendiento de esa manera amedrentar al aatrevido alumno. Vano intento, pues la voz de Bubulo no se hizo esperar: "mire uté, la seño me etá mugando".
Siguió el interrogatorio que el inspector escolar, me parece, hacía más por diversión.
Pero la pregunta : "¿ que se da en tu casa de comer a las gallinas ?" . "Mají", fue la pronta respuesta de Bubulo.
"¿Y que más? ". "Fete2, fue la respuesta.
Y así Bubulo pasó a explicar que en un cafetal detrás de su casa tenían un palo atravesado donde los miembros de la familia sentándose despachaban sus necesidades biológicas. A ese lugar acudían las gallinas para alimentarse.
Puedo jurar que la narración anterior, hecha a mi por mi padre, es verídica. A través de ella aprendí cual era la norma de higiene en Baitoa, y posiblemente en todo el país, antes de que se obligase a construir letrinas en todas las viviendas.
De mi tía Titina se me narró que duró unos días en cama, pues la vergüenza sufrida tuvo ese efecto en ella. Bubulo debió estar feliz con su actuación, pues posiblemente nadie anteriormente había tenido tanta atención hacia él.