Por: Ramon Felipe Nunez - Santiago Rep Dom.
Acaba de morir el latino-americano más grandioso de los últimos dos siglos. No hago un juicio de valor. Es una verdad monda y lironda.
Sólo el hecho de que en su juventud se combinaran altos rendimientos en diversas ramas del deporte como basquetbol y beisbol, por ejemplo, unido a una memoria fotográfica que le permitía alcanzar altos y muy recordados logros académicos, bastarían para confirmar la grandeza de un ser humano. Pero si a ello se une encabezar una lucha política y militar que daría inicio a transformaciones que afectarían su país y el mundo, sólo siendo mezquinos le regatearíamos sus aporte en la historia universal.
Pero no interesa en este artículo hablar del hombre Fidel, sino del encuentro fortuito de un joven campesino de Sabana Iglesia de mi generación con este gran hombre.
Es bueno recordar que mi generación creció con el irrumpir de este gran hombre en la historia. Viviamos bajo la sombra de una de las más opresoras tiranías del continente en el preciso momento que se veía a Fidel en la Sierra Maestra y el tirano, Trujillo, comenzaba a avisorar los cambios que le troncarián su vida.
Ya, en órden no emitidas, se había prohibido escuchar emisoras extranjeras. Para mi abuela que escuchaba radionovelas transmitidas desde Puerto Rico y de Cuba, significó aquello una gran afrenta a su libertad de recibir, por la radio, esas historietas de entretenimiento oral. Fuí testigo, siendo un niño, de la ocasión en que mi abuela tratando de sintonizar, en su apartada vivienda, una radio novela cubana, donde el héroe lo era un tal capitán Moncada captó transmisiones de la Sierra Maestra y exclamó, pero esa debe ser la emisora de Fidel Castro. Fue la primera vez que escuché su nombre. Ahí me enteré que se luchaba en la Sierra Maestra de Cuba. Y en conversación con mi abuela le señalaba que ese Fidel Castro ya tenía su sitio en la historia.
La anterior disgresión, para enfatizar que los infantes de mi generación, al menos los que sabíamos que existía un mundo fuera de nuestra arcadía, crecimos sabiendo que en Cuba existía un hombre extraordinario. En mis momentos de meditación cuando me lanzaba en las chorreras y remolinos del Río Yaque fantaseaba con que quizá en mi vida de adulto podría conocer a Fidel en su Cuba.
Pero como no es sobre mis pensamientos esta narración, debo introducir a un personaje nacido en Sabana Iglesia, pero críado en Jánico, que pudo cumplir mis sueños.
Como no tengo autorización para mencionar su nombre le llamaré Sinencio Betances.
Pués bien este Sinencio a iniciativa de su padre fue la primera persona, tengo entendido, que llevó el cine a Sabana Iglesia.Se traían los rollos de películas desde Santiago, y con un gran parlante, a pié, se anunciaba el espectáculo que se presentaría en la noche en un almacen del poblado.
A pesar de ello, Sinencio no tenía la dicha de conocer a Santiago. Su padre lo llevó en el vehículo de los propagandistas de una marca de rón siendo el de menos de ocho años. Y estos, amigos de bromas, le convencieron de que en viendo el puente debía bajarse del vehículo y "besarle" la mano al puente. Al arrodillarse y con la frase "la bendición papá puente", y sintiendo la risa de los vendedores de licor, se dió cuenta de la broma. Así de ingenúo era.
Otra vez en su vida, siendo adolescente, visitó a Santiago. Por casualidad estuvimos juntos esa vez. Pues fue de Jánico a Santiago a participar de una manifestación contra la ocupación de tropas extranjenras en 1965. Lo llevó a Santiago un hoy alto funcionario del gobierno actual en el área agrícola, Paíno Abreu.
La tercera vez, fué cuando su madre se lo llevó a Estados Unidos, a New York, la gran ciudad. Imágine usted. A Santo Domingo, nuestra ciudad capital, sólo la vió en la noche que abordaba el avión.
De las peripecias realizadas al llegar a ese gran país, podemos recordar que trabajó en una fabrica de pelucas, pero también se preocupó por estudiar en tal grado que ya para 1970 había ingresado en una universidad de Carolina del Norte. Estando en ese centro de estudios fue que leyó sobre, y gestionó, la posibiliad de viajar junto con estudiantes de todo el país norteamericano hacia Cuba para formar brigadas que, de forma solidaria, contribuyeran al corte de caña y la producción azucarera cubana.
He aquí que Sinencio, el otrora pregón de espectáculos de cine en Sabana Iglesia cruza al Canada para, en tomando un vuelo aereo, viajar a la Habana y desde aquí hasta la provincia de Matanzas a un central azucarero cuyo nombre no tenemos a mano.
Algo que Sinencio no sabía es que en el tropel de estudiantes que llegaron a Cuba se encontraba, por primera vez, una cantidad aceptable de estudiantes cuyos padres eran cubanos y con los cuales se formó una brigada aparte. Pero Sinencio no trabajó con este grupo, sino que en su brigada era él el único de lengua madre española. Y con estos se acompañaba en el corte de la caña.
Debo mencionar que cada brigadista recibía una mocha, es decir un machete filoso, que debían amolar dos veces al día para poder realizar mejor su trabajo.
Lo que no sabían los brigadistas norteamericanos que estaban con Sinencio, como nadie más lo sabría, es que una tarde cualquiera se encontrarían con un "yip" con dos pasajeros, un chofer militar y otro señor, alto él, los dos vestidos de verde olivo con apenas tres armas: un fusil y una pistola cada uno. Los norteamericanos al reconocer en uno de los pasajeros a Fidel, tiraron sus mochas al suelo y se colocaron delante del "yip" y, al no hablar ninguno español, llamaron a Sinencio para que les sirviera de traductor.
Sinencio, que no había notado la conmoción hasta ese momento, se emocionó tanto que se olvidó de tirar la mocha y con ella en mano y haciendo sus gesticulaciones habituales estuvo traduciendo de tú a tú con ese gran hombre, cosa que no creo otro dominicano llegó a realizar jamás. Me llegó a contar que posiblemente pasó su instrumento de trabajo cerca de la anatomía de Fidel.
En realidad Fidel viajaba pòr ese entorno porque quería conocer y charlar con los brigadistas de origen cubano, así que el conversatorio improvisado debió llegar a su fin y fue el momento para las fotos. En ese momento siente Sinencio unos toques un tanto fuertes en su espalda. El cree que se trata de un compañero brigadista, pero ante la insistencia mira hacia atrás y se encuentra con la mirada del chofer-guardaespaldas de Fidel que con gestos faciales le indica que no puede haber fotos él portanto su afilada mocha.
Sólo entonces comprendió su desacierto. Pero también pasó por su mente cuan debil era la seguridad y cuan confiado en su pueblo era un hombre que llegaría a escapar de más de 630 intentos de asesinatos por parte de la potencia más grande del globo terrestre.
A modo de epílogo diremos que en regresando a Estados Unido Sinencio fue hecho prisionero, aislado, y sometido a terribles amenazas la más ligera de las cuáles era retornarlo hacia la República Dominicana. Me parece que la "Banda Colorá" campeaba por sus fueros en el país.
El abogado de Sinencio logró que lo deportaran hacia otro destino en América del Sur. Y es, Sinencio, desde entonces, un ciudadano del mundo.